Desde muy pequeño siempre me refugié en mi imaginación. Supongo que en ese otro mundo me sentía seguro. Me encantaba jugar solo y «hacer películas» con mis muñecos. Tenía una maleta llena de ellos… Siempre le preguntaba a mis padres cuánto llevaba jugando… Si duraba dos horas era una buena película, pero si ya duraba tres horas era un peliculón. Como Ben-Hur… Eso decía mi padre cada vez que emitían por la tele Ben-Hur: «Ostia, que peliculón. Tres horas que dura…»
Poco a poco esas películas fueron materializándose en carne y hueso con mis amigas Mary y Salo. Siempre esperábamos la noche de San Juan para crear nuestra película de terror improvisada.
Unas cuantas obras de teatro en el colegio y varios cortos grabados con una cámara casera me llevaron a querer estudiar en el Instituto Navarro Villoslada: allí había un grupo de teatro muy prestigioso. Conseguí entrar y levantamos «La comedia del Plauto». El día del estreno, mi primera aparición era con un monólogo de página y media… Estaba acojonado, pero una fuerza interior me empujó hacia el escenario. En ese momento lo sentí claramente: quería quedarme a vivir en ese estado… Me sentí más vivo que nunca y de pronto todo cobró sentido.
Aun así estaba mentalizándome para estudiar una carrera en la universidad. Fue una conversación con mi hermana Eva la que dio un vuelco en el guión de mi vida. Ella me dijo: ¿Para qué quieres retrasar algo que te hace tan felíz, como es ser actor? ¿Vas a estudiar una carrera porque se supone que es lo que socialmente se espera de ti?
Esa conversación fue decisiva: al año siguiente estaba matriculado en el Estudi Nancy Tuñón de Barcelona. Fueron de los mejores años de mi vida… Todo era tan nuevo para mí…
Ahí empezó todo.
Años después sigo emocionándome de la misma manera con cada nuevo proyecto que llega. Como un niño.
Pues soy un Peter Pan que sigue refugiándose en su imaginación, solo que compartiéndolo con el espectador.
Asier Iturriaga